¿Qué gusto tiene la paz?

Este 7 de agosto, Gustavo Petro y Francia Márquez asumen como Presidente y Vicepresidenta de la República de Colombia. Un país que, paradójica y simultáneamente, se caracteriza por la alegría de su gente y por el derramamiento permanente de sangre, a raíz de un conflicto fratricida que tiene más de cinco décadas de antigüedad. Una oportunidad histórica se abre a partir de la llegada al poder de una alianza que remarca que los problemas sociales se resuelven con la política y no con las balas.

“Usted ahora está en Cali. ¿Se va a mudar a la casa que le corresponde a la Vicepresidenta a una cuadra del Palacio de Nariño, en Bogotá? ¿Eso es lo que usted denomina “vivir sabroso”?”.

”Si crees que porque soy una mujer empobrecida y porque me dan una casa presidencial ya estoy viviendo sabroso, estás muy equivocada. Eso es parte del clasismo de este país”.

A Francia Márquez Mina le alcanzan 10 segundos para explicar su consigna predilecta y, al mismo tiempo, para ubicar a la periodista que asocia la buena vida al dinero y las comodidades. No le hace falta subir el tono, ni que su discurso se vuelva grisáceo, contrastando con los atuendos amarillos, rojos, verdes que suele utilizar en todas sus apariciones públicas.

La Vicepresidenta electa de Colombia nació en Suárez, una ciudad de poco más de 30.000 habitantes ubicada en el Cauca, uno de los departamentos de la Región Pacífico. Una zona que sufre las consecuencias de una lucha interminable entre las organizaciones armadas y el Estado colombiano, este último siempre en asociación con grupos paramilitares que fueron el brazo territorial de la élite política que gobernó el país hasta el mes de agosto.

Quizás lo que sorprende de Francia es su condición de mujer. O de afrocolombiana. O de madre soltera. O de feminista. O quizás es todo eso junto. Colombia es un país donde los negros juegan al fútbol o bailan. En el caso de las mujeres, como Francia, limpian casas. Los negros y las negras no gobiernan, ni tienen poder, ni la posibilidad de representar a a su pueblo. Hasta ahora.

Lo mismo pasa con los indígenas. Más allá de la “minga” que llegó a Bogotá en 2021, en el marco del Paro Nacional contra el gobierno de Iván Duque, ahora fueron ellos quienes salieron a votar. Los que formaron parte de esa alianza multisectorial que reventó las calles para luchar contra la desigualdad, tan presente y tan extendida como la violencia. Fue en ese marco que las balas dejaron de ser disparadas en la selva y comenzaron a ser disparadas en la ciudad por el Escuadrón Móvil Antidisturbios. Fueron esas balas las que terminaron con la vida de Lucas Villa, de Cristian David Castillo. Fueron esas balas las que mataron a Dilan Cruz, que estuvo presente en el escenario donde Gustavo Petro daba su discurso de victoria, en una foto sostenida bien alto por su madre.

***

Corre el mes de marzo de 2022. Faltan 2 meses para las elecciones presidenciales y el otrora todopoderoso Álvaro Uribe Vélez, quien fue Presidente, Gran Elector y pater familias de la política colombiana elige a Óscar Zuluaga como candidato a Presidente. El elegido no levanta en las encuestas. Algo no funciona. Ya no podía señalar al próximo mandatario como lo hizo con Iván Duque en 2018. Tampoco logra, con su respetada y temida palabra, movilizar montañas de votos como lo hiciera en 2016, cuando llamó a votar por el No en el referéndum en el cual se preguntaba si el Estado colombiano debía firmar la paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

Luego de algunas semanas, el candidato que la derecha uribista ve como competitivo no es Zuluaga, que renunció a su candidatura, sino Federico Gutiérrez. “Fico” gobernó Medellín, la ciudad que alguna vez fue el territorio donde se movía a su antojo Pablo Escobar Gaviria. El discurso de Gutiérrez busca renovar, una vez más, el clivaje por el cual se mueve la política colombiana: guerra o paz. Uribe se reacomoda, lo mismo Duque. Fico es el candidato del oficialismo.

En frente, luego de ganar su interna, de perder las presidenciales de 2018 y de haber sido arbitrariamente removido de la alcaldía de Bogotá en 2016, Gustavo Petro habla de reducir la desigualdad. De darle oportunidades a su gente de vivir mejor. De reformar las fuerzas de seguridad, que no dependen del Ministerio del Interior o de Seguridad, sino de Defensa, del propio Ejército colombiano. Petro se mueve como el Pibe Valderrama estando Fico en la vereda de enfrente. Sabe que Uribe no tiene la capacidad de ungir a dedo, como tantas veces lo había hecho. Es consciente que confrontar con la derecha gobernante le brinda la oportunidad de encarnizar el discurso del cambio.

La primera vuelta arroja una sorpresa: la segunda vuelta será entre Petro y Rodolfo Hernández, un empresario de Bucaramanga que también habla de cambio pero desde la idea de que los políticos son todos ladrones. Su discurso se ancla en las redes sociales, lo que le valió el apodo de “el viejito de Tik Tok”. 

Rápidamente Fico le da el apoyo a Hernández, porque el comunismo no puede gobernar Colombia, y porque se corre el riesgo de convertirse en la vecina Venezuela. Las encuestas muestran que, probablemente, la tercera no será la vencida. Petro, con su estilo intelectual de izquierda, arranca de atrás contra el carisma y la simpleza del ‘Ingeniero’, que ya no es más Hernández sino que es “Rodolfo”. Y si Rodolfo gana las elecciones va a cobrarle el café a los trabajadores del Palacio de Nariño, porque a la ladronera, o a la casta, se le gana así: dejando de gastar plata en cosas innecesarias. Y porque así se solucionarán los problemas sociales que tiene Colombia.

***

Mientras Rodolfo pone condiciones para los debates televisivos y no asiste, Petro y Márquez siguen moviéndose por toda Colombia. Reciben amenazas de muerte por los invisibles pero presentes paramilitares, que los obliga a asistir a los actos con chalecos antibalas. En el país donde líderes sociales y dirigentes políticos fueron y son asesinados, el binomio del Pacto Histórico machaca sobre la loca idea de transformar a Colombia en potencia mundial de la vida. De apostar por la paz. De terminar con la guerra contra las drogas que, con el asesoramiento de la DEA estadounidense, dio como resultado 20 años de más droga y de más muerte.

3 puntos separan, en la noche del 19 de junio, a Gustavo Petro de Rodolfo Hernández. Y aquel que alguna vez fue guerrillero será Presidente de Colombia, con más de 11 millones de votos. Discurso de victoria, colores, música, fiesta. Luego de la euforia, los análisis hurgan en las variables del triunfo electoral de Petro y dan cuenta que aquellos que viven en las zonas donde el Ejército asesina gente inocente y los hace pasar por caídos en combate, se volcaron masivamente a las urnas.

Laura Wills Otero, profesora del Departamento de Ciencia Política de la Uniandes, había  sentenciado que era necesario que el Pacífico y la Región Caribe vayan a votar en la segunda vuelta para que Petro gane. Regiones donde gran parte de la población tiene más chances de recibir un balazo que de ir a votar. El factor Márquez y la oportunidad histórica hacen su trabajo.

En el Pacífico, en la primera vuelta votó el 50% de la población. En la segunda vuelta ese porcentaje asciende a 57%, y el 75% de los votos van al Pacto Histórico. Por su parte, en el Caribe, donde había votado el 44% en mayo, el 50% asiste a las urnas en junio y el 58% se inclina por Gustavo Petro y Francia Márquez. Votos inéditos, primerizos, le dan la victoria a la izquierda por primera vez en la historia de Colombia. Votos que posibilitan que la idea de cambio sea apropiada por el discurso de la igualdad y no por el de la anticorrupción.

A Petro le tocan tiempos turbulentos a nivel mundial para gobernar. Un tiempo en el que la política se ve desvalorizada, en el que los bienes y las certezas son escasas y en el que se habla más de guerra que de paz. Un tiempo en el que América Latina demuestra que las coaliciones de gobiernos populares son frágiles, a pesar de tener una amenaza mayor del lado de enfrente.

No obstante, en Colombia se cambió la ecuación. Los indios, los negros y los pobres ejercieron su ciudadanía y tiraron abajo a los ídolos de barro que construyeron su poder usando balas, ametralladoras, y dólares provenientes de Washington, que sigue teniendo 7 bases militares en el territorio colombiano. La victoria de Petro y Márquez tiene muchas razones, pero insistir en la idea de dignidad y de paz es la principal.

¿Qué gusto tiene la paz? Hace más de 50 años que Colombia no lo sabe, pero una cosa es segura: ese gusto es bien sabroso.

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