El secreto de la vida eterna

Ronda por las redes una frase del Negro Fontanarrosa. El mayor deseo que tenía para su hijo es que sus amigos sonrían al verlo llegar. Considero una fortuna poder hacerme la imagen mental de esa situación. Por suerte me pasó. Pura suerte. 

No va a empezar la muerte hoy a llevarse a mis amigos

Ronda por las redes una frase del Negro Fontanarrosa. El mayor deseo que tenía para su hijo es que sus amigos sonrían al verlo llegar. Considero una fortuna poder hacerme la imagen mental de esa situación. Por suerte me pasó. Pura suerte. 

Muchas veces hice uso de la descripción de la escena que se nos presenta cuando subimos la escalera de nuestra posta Mercedes. Y la uso, a riesgo de agotarla, porque me parece una buena forma de dar a entender lo que a mí y a tantxs otrxs les pasa. En esa subida, hay un par de escalones que te separan de lo que pasa afuera (aunque no lo olvidemos del todo) y nos abraza con lo que está sucediendo adentro. El cc se convirtió así en un amigo en sí mismo. 

Un amigo que espera con las puertas abiertas. Que escucha y que motiva. Que acompaña y que se banca todas las modificaciones, como un pibe que se tiñe el pelo cada vez que tiene un mental breakdown. Ahí está, con otra pared más pintada con aerosol. 

Y eso es solo en lo cotidiano. La acción de subir la escalera en los días de eventos, es mucho más mágica. Porque se lo ve feliz. Ustedes pensarán que estoy loca, personificando un espacio, como si fuera García Marquez. Capaz que de tantas horas ahí adentro ya le hablamos a sus muros. Y nos responde, creánme. Acá estoy, yéndome por las ramas de este lugar. A lo que quería llegar es que ese deseo del Negro Fontanarrosa, se nos cumple a nosotrxs todos los días que subimos esa escalera, o entramos por la puerta de Atahualpa y nos reciben sonrisas, mates y cafés. 

Y de mayor a menor, de lo cotidiano a lo excepcional, hay un momento en el que ese deseo se cumple en cantidades gigantes: la fiesta amiguera. Hace ya unos meses, un amigo se me acerca y me dice: “¿Viste que nadie está usando el celular?”, y era verdad. Todxs estaban bailando, hablando y riendo entre sí, y aunque no quiero sonar cursi en esta cuestión, podemos considerarla como una pequeña victoria en la noche. Que nos miremos de nuevo, que estemos entre nosotrxs. Y que, una vez más, esa escalera nos separe por unas horas de lo que pasa ahí afuera. 

Otro poder tiene esa subida en la amiguera y es que es como un viaje al pasado. No puedo evitar acordarme de mis primeras salidas. No tuve la suerte de algunxs de comenzar a temprana edad. Yo salí por primera vez a los 19. La noche y yo estamos cumpliendo una década, quizás la relación más estable que tuve hasta ahora, porque nos tratamos con cuidado. Ambas sabemos cuándo es momento de parar. 

Empecé en Kubic, era el cumpleaños de una amiga. Seguí en One, canjeando por abrazos medidas de melón para mezclar con el speed que llevábamos en la cartera. Nox, Maranello, Barracao, interminables filas para entrar y nada más que un can can descartable abrigando las piernas. También llegó Mora. Todavía recuerdo salir de mi casa cargando una mochila con tres mudas de ropa y una minipimer para hacer daiquiris de durazno. 

Los domingos eran una belleza, entre los recuerdos de la noche anterior que se convertían rápidamente en anécdotas que nos contábamos por mensaje de texto o posteriormente por facebook. Al momento de descargar las fotos de la cámara digital ni les cuento la emoción que teníamos. Una emoción similar a la de la amiguera. Si hasta volvimos a preguntarnos entre amigas qué nos vamos a poner esa noche. Pasamos de comprarnos glitter en la perfumería de la esquina, a tener una pro poniéndonos brillos toda la noche. Pasamos de ir a buscar un momento de felicidad, yirando por bares agonizantes o boliches que ya no nos abrazaban, a ser el espacio al que ustedes vienen para que lxs recibamos con una sonrisa y la noche triunfe una vez más. 

Y triunfa porque se gestó entre amigxs hace ya unos años, para escapar de una pálida. Una noche en la que un par de integrantes del cc dijeron: “¿Y si ponemos música para salir de esta?”, y acá estamos. 

La izquierda de la noche

19 de julio del 2019, Capitán Bermúdez, A.P (antes de la pandemia). El frío nos empujaba puertas adentro. Como nadie se imaginaba que el invierno siguiente no iba a existir e íbamos a tener que inventar la noche, se fue de a poco renunciando a las salidas. El 2020 nos encontró encuarentenados, organizando encuentros por meet para escuchar a un dj y bailar en el cuadrado de la pieza, entre la cama y el living, con una botella solitaria, rezando por el encuentro. Pero en el 2019, nadie la veía venir. Hacíamos eventos y venía poca gente, a apoyar la cola en la estufa del pasillo de nuestra vieja casa. Se iban temprano, no querían bailar.

Y entonces llegó la noche, parafraseando a las Bandanas, en la que Facundo Arroyo, más conocido por ustedes como Facua, y Juan Manuel Martinez, soulow, empezaron a hacer sonar esos temas que despertaron los espíritus adormecidos por un invierno cruel. “Empezamos a pinchar nuestros placeres culposos”, me dice Facua, “esos temas que escuchábamos encerrados, que nos marcaron toda la adolescencia, que nos acompañaron en cada etapa. Después vimos cómo eso alegraba a más personas, que seguro vivían esas canciones de la misma forma”. 

Los comienzos

Inmediatamente me acuerdo de una escena: una amiga de toda la vida, del barrio, se acerca a la barra en una amiguera. Me canta a los gritos un tema de Shakira, se dirige a mi compañera en esa noche, y le informa: “Nos cantábamos Shakira a través del tapial. Yo lo ponía al palo cuando limpiaba y ella me mandaba mensajes preguntándome si podía caer a tomar mates”. La sonrisa es mutua. Y sé que es colectiva: ese tipo de experiencias se reproducen en cada noche. 

Britney Spears, Christina Aguilera, Leo Garcia, Daddy Yankee, Las Ketchup, Cristian Castro, Los Palmeras, Rodrigo, Nestor En Bloque, Miranda y una larga lista popera y cumbiera. El sonido de la juventud de los noventa. “La nostalgia siempre está de moda” afirma Facua y creo que ahí está la receta de este éxito que crece cada noche más. Tres años de una fiesta para celebrar la amistad, desde la izquierda de la noche, desde el baile enfrente del espejo al medio de la pista. Sin vergüenza, sin culpa, con libertad. 

Una noche de otro universo

“Me gusta ver si a la gente le pasa lo mismo que a mí con los temas que pongo” me agrega Facua y se ríe al terminar la frase, acordándose seguro de alguna secuencia que comprueba su expresión. Suena “Amor de chat” del Original en mi cabeza. En una amiguera me río con mis amigas, nos acordamos de los primeros amores, de esos dolores que ahora se convierten en carcajadas, en los zumbidos y los emojis. De repente estamos en la vereda de un ciber, devorando pipas y tomando una coca. Y todo está bien. 

Es como esa pintada que circula cada tanto en las redes: “Cada vez que me mandas siento que es sábado a la tardecita”. Creo que es una buena forma de resumir lo que nos pasa en esta fiesta. Una celebración a la que podemos asistir como nos sentimos cómodxs, excediendo a las consignas vacías: acá realmente podés venir como quieras, con quien quieras, a bailar como desees. Es como una noche de verano, un refugio al que volvemos para ser felices. El cc es entonces como ese amigx que te ve en las malas y en las buenas, y siempre te acepta, porque sabe que en el baile y en la risa está nuestra victoria.

Porque sabe que el secreto de la vida eterna está guardado en una noche con amigxs.

PD: Algunas recomendaciones para que disfrutes con amigxs

Para leer: “Canción del ocaso” por Andrés Mainardi para Uganda

Para ver: How i met your mother, mi serie favorita sobre la amistad. Disponible en Prime Video

Para escuchar: Miami de Babasonicos

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